¿Por qué odian a Jesús?
Mateo 26, 14-27,66
¿Por qué le pasa eso a Jesús? ¿Por qué tantos lo
odian, humillan, agreden, quieren su muerte?
Desde
la infancia nos acostumbramos a ver a una persona colgada en una cruz y no
entendíamos mucho. Por nuestros pecados, nos decían nuestros padres, abuelos,
tíos, tías. Un historiador diría: fue acusado y encontrado culpable de blasfemia
porque se hacía pasar como hijo de Dios en una tradición celosamente
monoteísta.
Jesús
es el protagonista de la tragedia que se describe en el Evangelio de Mateo. Él
y su mensaje son los motivos de conflicto frente a sus acusadores,
perseguidores, quienes lo consideran peligroso para la unidad del pueblo, para
la unidad de creencias.
Judas,
Pedro, los discípulos entran como personajes secundarios que al principio
parecen participar de la propuesta de Jesús pero al llegar la dificultad, uno
lo vende, otro lo niega y los demás desaparecen. Pilatos, el personaje que
representa la autoridad romana, extranjera; juzga finalmente en base a
conveniencias políticas y con la carta de Barrabás, lavará su conciencia. Está
también el Sumo Sacerdote, personaje que representa la tradición judía y que
finalmente encuentra culpable de blasfemia a Jesús.
El
Templo de Jerusalén es el personaje simbólico que constituye el espacio sagrado
donde se adora a Dios. Las cortinas de ese templo, al momento de expirar Jesús,
se rasgan de arriba abajo. Otro personaje simbólico es la tierra, creación de
Dios, tiembla, como tiembla una niña al perder a sus padres.
El
desenlace de la espantosa tragedia no termina en la cruz. El Evangelio de Mateo
anota al final unas palabras que no dejarán dormir en paz a sumos sacerdotes,
fariseos, Pilato. El impostor dijo que a los tres días resucitará.
Desde
la fe cristiana, Jesús no fue un mentiroso o impostor. Jesús dijo la verdad
porque fue auténtico, coherente, crítico contra las injusticias, exclusión,
falsa piedad. Muchas escenas del mismo evangelio de Mateo saltan a la memoria.
Jesús
dice la verdad después de observar y reflexionar su realidad. Contrasta esta
actitud con aquellos que al ver algo chueco, corrupto, inmoral, callan para no
tener problemas con las autoridades o con sus amigos, amigas. Alguien que
conoce la verdad la dice.
Jesús
enfrentó las persecuciones al cuestionar a las autoridades religiosas de su
tiempo. Contrasta esta actitud con aquellos que se atreven a decir cosas pero
luego se esconden o se desdicen para conservar su paz, su seguridad y la
seguridad de los suyos. Alguien que dice la verdad asume las consecuencias.
Jesús
había planteado el amor a los enemigos, y en el camino a la cruz, a pesar de
recibir insultos, humillaciones, golpes brutales, no mira con venganza, no
salen palabras descalificadoras. Alguien que dice la verdad es coherente con
ella.
Los
enemigos de Jesús no dejaron nada al azar, puede que éste “resucite.” Había que
custodiar también su cadáver. Sin embargo fallaron. La vida de Jesús, sus
palabras y acciones habían llegado ya a tantos, José de Arimatea, María
Magdalena y la otra María. Poco a poco y después de llorar amargamente su
traición y cobardía, los otros discípulos de Jesús recordarían sus palabras,
las anécdotas que vivieron con él, la forma cómo curaba a tantas personas, el
amor y confianza incondicional que recibieron de él. A través de los años, décadas, siglos, la
vida de Jesús, su verdad, fue conquistando a miles, millones de seres humanos
que descubrieron en él a un Dios justo y misericordioso.
Por
eso, a pesar de tener hoy lecturas muy tristes, las últimas líneas del
Evangelio de Mateo nos llenan de esperanza. Jesús resucitó en medio de sus
seguidores y la verdad de su vida sigue iluminando a tantos miles y millones de
seres humanos. Dejemos que la vida de Jesús siga iluminando nuestras vidas
porque la necesitamos.